Arte, naturaleza, personalidad y carácter del artista hondureño Daniel Josué Orellana (1993), aúna un gesto fogoso, juguetón, jovial, sin embargo, critico. Alberga un sentimiento poético hacia las plantas comestibles, medicinales, ornamentales, como es la rosa, la cual en su delicadeza y tersura de pétalos es signo delicado y femenino, pero, como la vida, también posee agudas espinas.
Arte de la tierra
Para Josué la tierra es el principal material, en ocasiones la usa como arcilla con la cual modela figuras o símbolos de su imaginario creativo. En otras es lodo que aplica como pátina para anejar los objetos. O, es tierra, que cultiva para sacarle frutos, productos, alimentos, decoro. Esta noble y milenaria actividad, se convierte en aliada para manifestar el espíritu creativo propio, originario y que le aporta identidad de ser terrestre, como lo somos todos.
Personalidad traviesa
Dramático, bufón que engendra y trasviste tras un telón que a veces descubre la tramoya donde tomarnos el pelo, cuando en su página de Facebook pregunta: ¿Soy afeminado? ¿Por qué me quieren? Ahí, en ese escenario esta actuando. Ese es el arte del performance, con el cual nos sorprende para decirnos que la esencia portadora del arte no es aquel objeto/sujeto que llamamos pintura, escultura, instalación, u obra del artista, sino el proceso, el cual emprende cada día al manifestar y afectarnos con sus ideas y carga de conceptualidad.
En uno de sus videos -Orellana, el actor-, prepara la mesa con toda ceremonia y etiqueta, se sienta a degustar el plato que él mismo, con sus manos, preparo: Un tosco terrón, duro de masticar, tragar y menos digerir, pero debe hacer creíble el arte de la ingesta. En este punto me recuerda la muestra que su coterráneo Adán Vallecillo como curador, con un distinguido corpus de artista centroamericanos, para TEORéTica en 2019.
En otras imágenes que comparte en sus redes sociales, entre juguetón, provocador y burlesco, lo vemos con una flor en su oreja, o mostrando entre sus manos la semilla del frijol, pronta a ser depositada en el surco.
Pero, ¿qué aprecia la filosofía contemporánea acerca de ese carácter? Repito con frecuencia esta teoría para acercarme a la interpretación del arte que tengo en frente. El hispano Eugenio Trías, en El Artista y la Ciudad, 1998, cita El Fedro de Sócrates para describir una figura con la cual a menudo asocio con este joven y lúdico artista: “…en el tercero de los discursos sobre el alma enamorada, Sócrates habla de una “cuarta forma de locura” a la que se llega a través de la reminiscencia de la belleza producida por algún objeto de este mundo con capacidad evocadora”. (Trias, 1998. P44)
Refiere a esa instancia terrible de la locura, y define con la acepción del poeta austro-húngaro Rainer María Rilke, “ese grado de lo terrible que los humanos podemos soportar”. Y nos recuerda la la gran paradoja de Thomas Mann en Muerte en Venecia: “Quien contempla la belleza con los ojos, se ha conciliado con la muerte”.
Entonces, ese arte de la tierra y del morir al ser para renacer en el continuun cada mañana, que su forma de arte se vuelve un impulso erótico, de descubrir nuestra sensualidad que, como la rosa roja, puede implicar pasión enajenante y muerte, recordemos sus espinas. Y con esto traigo a colación al pensador ibérico cuando dice: “Pero es preciso rebasar ese estadio, dejar morir la misma muerte, enajenar la misma enajenación. Y ello en virtud de un resurgir en que el alma verdaderamente re-nace, siendo ese re-nacer en un descenso del estado contemplativo, al proceso activo”.
Implica -como lo hace el polluelo al romper desde dentro el cascarón para emerger al mundo-, romper la tierra, con las manos quisiera hacerlo, pues, ese es el deseo del artista de trasgredir, y hasta profanar acaso, para sacar su innata actitud creativa, para sacar su aguijón. Aquí la contradicción del ser humano. George Bataille en Erotismo, 2006, dice: “Así, a través de los cambios, volvemos a encontrar la oposición entre la plétora del ser que se desagarra y se pierde en la continuidad y la voluntad de duración del individuo aislado. Si llega a faltar la posibilidad de transgresión, surge entonces la profanación. (Bataille, 2005. P146)
Aquí, y para cerrar este capítulo tan profundo del pensamiento del arte actual, me viene en gana recordar a Pierre Huyghe (1962), que cité en el texto de la muestra Arte& Natura ( https://arboldardo.blogspot.com/2020/05/arte-natura-e-n-p-r-o-c-e-s-o-homenaje.html), en la cual participaba este joven Orellana, cuando el artista francés imprime a sus abordajes una aterradora monumentalidad, delante de un mundo en constante construcción, donde el individuo se aprecia diminuto y la materia lo invade, se le viene encima como terraplén. En otras propuestas, Huyghe introduce una enorme y espesa naturaleza de plantas, musgos, ramajes, que igual parecen disminuir o minimizar lo humano. Javier Hontoria, al referirse al trabajo del galo comenta algo que es central a la teoría y praxis del arte contemporáneo:
“Es punta de lanza de una generación que prefiere la interacción a la contemplación tradicional de la obra de arte; que disuelve definitivamente el objeto para convertirlo en algo intangible”. (Hontoria. https://elcultural.com/Pierre-Huyghe)
En este punto, me motiva recordar otra cita de Trías a El Fedro, cuando caracteriza a Eros: “El deseo de belleza, el impulso hacia lo bello aparece aquí como forma de locura, locura divina, en la que el sujeto pierde el dominio de sí mismo y se conduce como un enajenado, solo que esa excentricidad se debe a que entonces es un dios el que se apodera del sujeto, el que lo rapta o lo posee”. (Trías, 1998.P45)
Y, quizás, la mas dramática de todas sus acciones es sostener entre sus manos un corazón de tierra, de barro que él mismo modelo. Ese es su objeto evocador, arma de doble filo pues sirve para amar pero también odiar. Ahí se entiende aquel paradigma de la sociología de la segunda parte del sglo XX que acuna ese gesto: Lo que modelo, me modela, según palabras de Mistcherlich: Me hace según mi propia grandilocuencia o testarudez.
Land Art
Es una corriente del arte contemporáneo propuesta por Robert Smithson, en la que el paisaje, el concepto, y la obra de arte están entretejidos simbólica y mutuamente. Utiliza a la naturaleza como material, con el uso de maderas, tierras, piedras, arenas, viento, rocas, fuego, agua, atmosfera, luz.
Pero el arte del paisaje del joven Orellana, es tropicalizado, pervertido o subvertido por la sagacidad popular del individuo latinoamericano, que lleva en su sangre un sesgo de desenfado. En vez de uvas y manzanas, hay frijoles, mazorcas de maíz mesoamericano, orégano, culantro de castilla y otras especies de la tierra.
Y dije que es un actor crítico, en tanto que, al trabajar la tierra, nos dice que falta tierra para el agricultor, para quien ama al planeta y saca sus frutos con el sudor de la frente bajo el tórrido sol del medio día, o la lluvia vespertina, para que tengamos un mejor alimento.
Memoria del ancestro originario
En sus instalaciones hechas con pelotas de arcilla, tosca, con hojas de orégano o flores veraniegas, trae a la mente la memoria de aquellas ciudades mayas que quedaron desperdigadas en la geografía del istmo centroamericano, y que la arqueología apenas dibuja u gesto de su historia, pero nosotros ponemos el resto al apreciar eso que se desmorona, eso que se pierde, y que debemos rescatar. La reflexión que imprime Orellana en esa instalación, nos lo machaca una y otra vez.
A manera de concusión
Lo que se deduce de este encuentro con el arte de este joven centroamericano con la naturaleza, y la memoria, es que en la actualidad el artista no solo la contempla como en el arte del pasado, al emular los gestos vivos de una persona, animal, o detallar el paisaje por delante. Hoy en día el individuo creativo en su práctica artística se complace al trabajar con ella, al sembrar, al amasar el barro con sus manos, como lo hace Josué Orellana al condimentar y adobar la materia origen: la tierra.
Las fotografias son de Josue Orellana.