Al interpretar los frutos de la investigación de la artista fotógrafa Flavia Sánchez Cabezas, “Cruzar y El Camino”, llegó al correo un mensaje con el versículo bíblico de Elesiastés, 1, que remite al concepto de travesía: “Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece”. No deja de asomar la idea circular del eterno retorno y cíclica de la historia: “Todo cambia, todo se transforma y al mismo tiempo todo permanece”.
La educación es una travesía, un camino, una montaña a subir, un río a cruzar del cual salimos airosos, con nuevos ánimos para enfrentar la vida, pero en la misma medida que lo hacemos ocurre un cambio físico-biológico en nuestros cuerpos, ya no seremos los mismos.
La educación rural, el abordaje central de Flavia Sánchez a este proyecto, es muy apegada a la tierra, al camino es terroso, embarrialado, encharcado y al andar nos pegamos, esto simboliza los problemas con que nos enfrentamos, salimos embarrialados de ese tránsito. Sin embargo, la tierra no es nuestra enemiga, es amiga, aunque represente un buen desafío a superar, como también son los retos en la vida de los maestros rurales quienes intentan cambiar la situación de la niñez, que, aunque salgan embadurnados por el lodo al cruzar el camino, llevan un bagaje que les abrirá oportunidades en la vida.
Flavia Sánchez colecta fotografías en zonas rurales, va a las localidades y entrevista a familias, a maestros y constituye una documentación de suma importancia para nosotros quienes nos dedicamos a la investigación en la visualidad, quienes deseamos conocer y palpar de cerca la realidad de aquellos procesos pedagógicos mas allá de los cuadrantes asfaltados en las ciudades, educadores que caminan sobre las calles de piedra, lodo y encharcadas de lo rural.
La documentación es un inventario visual de un tesoro o archivo vivencial custodiado por las familias, pues representan sus memorias, muchas veces de quienes ya no están, pero en el entorno, la tierra, el paisaje, las rutas de lodo, ahí permanecen sus miradas y sus voces pegadas a las superficies.
El archivo se sustenta en entrevistas realizadas por la artista a personas de Pérez Zeledón, San Ignacio de Acosta, ambas en la provincia de San José, San Rafael de Heredia, La Cruz de Guanacaste y Grecia de Alajuela, pobladores o desplazados o migrante por el trabajo, con bandas de edad oscilantes entre 65 años y 90 años. Flavia explica en el informe a Teorética, por la “Beca Flotador” que le permitió investigar: “Recopilando así cerca de 400 fotografías realizadas a partir del año 1953 hasta el año 1985, que fueron analizadas y digitalizadas a partir de los álbumes fotográficos pertenecientes a maestras y maestros, hoy día jubilados, quienes se trasladaron, como se dijo, desde la meseta central a laborar en diferentes zonas rurales del país”.
De manera que recorrer esas páginas de los archivos evocan el aroma a café tostado, molido y chorreado en casa, o, la tortilla palmeada y azada en el comal de barro y el fogón de leña. Pero dentro de toda esa índole de vicisitud y vivencialidad; está también el cuerpo, el tuyo, el mío, el del maestro, el del niño. Un cuerpo que habla de lo que evoca y se lee en las imágenes recuperadas, lo que intenta buscar quien capta la imagen fotográfica, y en este caso de un archivo, sacarlas de donde están almacenadas y hacer evocar a quienes las mira, ese fragor del caminante.
Volviendo a la frase bíblica, cuestiona la idea de desarrollo, pues sabemos que las personas se transforman a sí mismas influidas por el contexto y entorno, esto sucede con mayor rapidez, mientras que la tierra y el espacio donde viven permanece incólume. Además, se observa que aquellas cosas que prometen cambiar los políticos, quedan igual a como estaban, y los recursos destinados muchas veces van a parar a los bolsillos de unos cuantos tiburones en la pecera, que es la comunidad.
La artista de una manera u otra se enfrentó a esas desidias, al intentar resolver las derivadas de la teoría del proyecto, debió investigar e ir al grano, al fondo de los entretelones, o atravesar los cristales de las peceras del poder, para despejar un panorama real del paisaje rural del país, que a veces no cambia con la velocidad que lo hacen los pobladores, retratados, observados, reflejados, despejados en el cruzar, y en el hacer camino.