El arte contemporáneo actúa como una gran interrogante sobrepuesta a la trama de relaciones que entabla con la ciudad, con sus habitantes y entre estos los artistas, intérpretes de su acontecer. Los individuos críticos y creativos son como el “genius loci” de su entramado, quienes saben todo, temporalidad, pasiones, problemáticas, mitos, pero también decoro; media el deseo de apropiársela, de hacer algo con ella y que tenga un fruto de ese coito entre el arte y la ciudad. O sea que, lo mejor del arte actual, no se encuentra en los museos, se halla ahí en el nicho donde se posiciona el artista creando interrelación, un texto crítico con el cual ahondar hasta los estratos de su conocimiento, columnas con que se sostiene la cultura urbana contemporánea.
Oni Jiko, explica que, “su trabajo explora el potencial plástico de la eliminación”. Con esto construye el andamiaje de su obra en su mayoría abstracta -y que en particular es la que me interesa de su producción-, devela las tácticas creativas con las cuales reflexiona lo que su mirada descubre de la ciudad, de sus muros y una métrica del tiempo vivencial que le afecta y nos afecta a todos los espectadores, caminantes urbanos.
Cuando circulo por las ciudades, en mi caso personal, no puedo detener la mirada influida por la sensibilidad hacia lo que veo y me gusta. Es como una visión virtual por las páginas de las redes sociales: Veo repellos ásperos, paredes resquebrajadas o rotas, pinturas craqueladas como noción de esa métrica temporal que se ha ido, y que quisiera enmarcar y llevarlas -tal y como están-, a un espacio expositivo de un museo o galería.
Me referencia el arte del catalán Antoni Tapies, algunos lapsos creativos de Jean Dubuffet y Jean Fautrier, y el Informalismo, cuya práctica artística sugieren sustracciones de palimpsesto a los muros, a esa capa de memoria que no evade en nada un artista, intentando solventar sus fundamentos conceptuales/teóricos que sostiene el arte de hoy.
Andar motiva a cuestionar, como un espectador más de la creación artística, aquello que mas me gusta de su forma de arte -la de Oni Jiko-, es lo que veo e interpreto en esa conexión de la mirada con la memoria de la ciudad. Esa que también yo, como espectador e interprete llevo dentro, que está en mí, a pesar que ponga mis ojos en otras ciudades del mundo donde encuentro el mismo carácter de arte, y la técnica o proceso de eliminar o descascarar o quitar capas de pintura para sacar la riqueza visual o poéticas de los fondos.
Sustraer a la ciudad, con esta acción, las zonas críticas y sucias, huellas del hollín benzinico, las pitoretas del tránsito vehicular que aturden, que tanto alarde hacen de un poder insano, significa desearla, limpiarla, recuperarla, pero para dejarse aquella poética contradictoria generadora de incertidumbre, perteneciente a un espacio sensible y de singular estética donde radica la belleza. El artista en su práctica se conduce como enajenado, quien roba a la urbe lo que la degrada, para ubicar esos restos en el lugar más importante, en el podio el cual antes ocupó una pintura o escultura en un museo.
La actividad creativa en la pintura de Oni Jiko, razón de mi acercamiento a su trabajo, captura las ásperas tectónicas de lo urbano de París, o Nueva York, o cualquier otra y que no son sólo texturas táctiles y visuales, sino también son humanas, donde a veces apreciamos rostros agrietados por tanta vicisitud y drama colectivo de quienes la transitan por todas las direcciones de su malla urbana.
Pero eso que el artista mira, y sustrae a la ciudad, se lo lleva a dentro de sí, son las grietas de su conciencia, son las heridas del amanecer cada día, y que hace suyas para recrearlas en su manifestación crítica, y arte de reinventar el entorno vivencial.
Me lleva a recordar una vez más al poeta alejandrino Constantino Cavafis, cuando dice: “No hallarás otra tierra ni otra mar. La ciudad irá en ti siempre”.
Dibujo profundo
El trabajo plástico visual de Oni Jiko, residente en Francia, donde sostuvo su formación artística en la Escuela de Bellas Arte de París, me constata una de las técnicas contemporáneas que se denomina “dibujo profundo”, lo cual elabora el cuadro por capas y resuelve con la actitud de borrar todo exceso, reduciendo hasta atrapar la esencialidad.
Jiko lo traduce a la pintura, una manifestación de tectónicas que evocan los estratos terrestres más hondos, donde la luz casi no entra pues en esos fondos, que se parecen a la vida misma y tan de carácter existencial, solo alumbra la luz del pensamiento, la del alma enamorada de la materia. Y por ello el artista busca a la ciudad, constructo de diversidad de materias como la piedra dura, el concreto, el asfalto, el vidrio, la arcilla, la madera, y los materiales modernos. Se trata de una materialidad que la eleva y en la cual nos movemos como topos urbanos sirviéndonos de ese tripero tecnológico de conexiones por donde viaja la información a la gran urbe global.
Como ocurre con el tratamiento del Land Art respecto a la naturaleza, el artista ya no se interesa trabajar con el paisaje total, sino que se mete a reelaborar la ciudad desde las raíces misma, y sus muros, o en su vientre, lo hace interactuando a partir de los signos e identidad de lo que es hoy el entorno y base de la sociedad.
Posee una sensibilidad cercana al minimalismo, cuando se prefiere decir mucho, pero con poco. Tomar esa decisión en el momento de crear, sumido en el taller o laboratorio para probar todo lo posible en arte, es un ejercicio muy duro, una decisión tomada con experiencia, maestría y sazón, pues, aquella esencia que permanece, condensa todo lo sustraído.
O sea, la táctica de quitar, de robar a la ciudad, de eliminación, se nos devuelve y se pertrecha en el punto en el cual se quiere poner nuestra propia energía que la vitalice. A veces es una sustancia beneficiosa, eso que vemos y se nos devuelve, pero en otras trae la pócima que envenena y la daga que penetra el vientre, recordando al gran maestro Yukio Mishima de la novela contemporánea.
Técnica y rudimentos de Arte Povera
Algunos me parecen pinturas de carácter del arte nord-italiano de finales de los sesenta del siglo anterior, encabezado por el teórico y crítico Germano Celant (recién fallecido victiva del covid19), cuando el artista usa papeles, cartones y cintas adhesivas, con pequeños acentos de color, y se aprecian las transformaciones que en tanto materiales sufren durante el proceso de ser expuestos, e interesan los cambios, las rupturas, las vicisitudes, las espinas que nos recuerdan que la belleza puede llevar también aguijones. Me atrevería a decir que esa es la zona de su arte que mas me ancla, sin embargo, cato ese vino de sus palimpsestos.
El o la artista, se comporta según la profundidad de las vocalizaciones que, por las sinestesias, son percibidas: En sus composiciones hay voces agudas, visibles, audibles, elevadas, pero también las hay ásperas, gruesas, que por su peso se posicionan en los planos mas bajos del cuadro.
Su signo me recuerda la espiritualidad, en tanto esas luces y aristas de los planos de color y no color, vibran, se sienten con el alma, nos catapultan a la sublime dimensión donde ubicar a un Ser Supremo en nuestras oraciones, que siempre se posiciona en lo alto y adelante, salidas del plano del cuadro, que Jiko asimila en la visión de la urbe y que habilita la sentencia del anterior citado Cavafis: “La ciudad irá en ti siempre. Volverás a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez”.
Luis Fernando Quirós,
Museo de Pobre. Costa Rica, 1 julio 2020
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